Dulce espera
Era una de esas mañanas nostálgicas del otoño, donde el sol brilla tenue a lo alto descubriendo el nuevo día. En las calles la gente camina apurada, preocupada, pensante... Todos van a algún lado, todos tienen a alguien esperando por su llegada.
Pero en el Geriátrico "Esperanza", el tiempo se encuentra detenido, los relojes no cuentan los minutos, ni las horas. Y si lo hacen a nadie le importa.
- ¡Buenos Días, Doña Inés! ¿Cómo anda hoy?
- Triste. (Responde Inés cabizbaja).
- ¿Por qué está triste? ¡Mire el hermoso día que hace afuera! Si hasta parece que los árboles danzaran...
- Mañana es 30.
- Sí. ¿Y que hay con eso Doña Inés?
- Es que es mi cumpleaños.
- ¿En serio? Entonces debería estar contenta. Acá con todos los abuelitos le vamos a organizar una fiestita. ¿Quiere?
- No se, estoy triste jovencita, y no tengo ganas de festejar nada.
- ¿Y eso porqué?
- Es que ya nadie se acuerda de mí, parece que no existiera.
- Eso no es cierto Doñita. De seguro sus hijos y nietos se acuerdan de usted y la extrañan. Pero deben estar muy ocupados y no pueden venir tan seguido como quisieran.
- Sí, debe ser eso. Dice Doña Inés pensativa, mientras retuerce una y otra vez un pequeño pañuelo entre sus manos.
Al rato, Doña Arminda se aproxima tambaleándose con su caminador que apenas puede sostener, y se sienta junto a Doña Inés que había empezado a tejer con sus agujas.
- Buenas Inecita. ¿Qué hace?
- Espero. - Dice Doña Inés, sin levantar la vista del tejido.
- ¿Qué espera?
- Nada. Sólo espero.
Doña Arminda comienza a repartirse los naipes para jugar un solitario, mientras piensa por un momento, hasta que finalmente mira a Doña Inés y le dice:
- Uste' está muy rara hoy día. ¿Qué le anda pasando?
- Nada, sólo estoy un poco cansada de esperar que alguien venga a visitarme.
- Entonces, ya no espere.
- ¿Sabes...? - Dice Doña Inés - Hoy hace cinco años que estoy acá, y mis hijos sólo han venido a visitarme unas pocas veces. Mis nietos directamente ni vienen. Y los entiendo, mira si van a querer venir a ver a una vieja como yo.
- Che, no digas esas cosas Inecita.
- Pero es la verdad. Mañana cumplo 83 años.
- ¿En serio? De seguro van a venir tus hijos y tus nietos con regalos.
- Sí, tal vez. - Dice Doña Inés.
Ana se acerca con una bandeja en las manos, en la que traía dos vasitos de agua.
- Bueno chicas, es hora de tomar la medicina.
- ¿No llamó ninguno de mis hijos? - Pregunta Doña Inés.
- No todavía, Inecita. Pero no tardarán en hacerlo, y cuando lo hagan yo le voy a avisar. No se preocupe.
La enfermera se retira apresuradamente a atender a los demás pacientes.
- No van a llamar. - Dice Doña Inés acongojada y con los ojos llorosos.
- No pienses pavadas. - Dice Doña Arminda, tratando de alivianar el dolor de Inecita. Y decide cambiar de tema.
- ¿Sabías que Don Luis se escapó ayer?
- No. No sabía. - Dice Doña Inés algo sorprendida.
- Sí. Parece ser que el guardia estaba hablando por teléfono, y Don Luis aprovechó ese descuido y se escapó. La vieja Amelia que es súper chismosa, me contó que lo encontraron a unas cinco cuadras preguntando como llegar a barrio Alberdi.
- Pero si él no vive en barrio Alberdi. - Dice Doña Inés, dejando definitivamente el tejido para más tarde.
- Sí, ya sé. Pero el viejo está medio arteriosclerótico, así que cree que vive en barrio Alberdi, que es su barrio de la infancia.
- Gente loca... - Concluye Doña Inés.
- Sí, por suerte nosotras nos conservamos bastante bien.
- Al pedo. - Sentencia ofuscada Doña Inés.
- ¿Por qué decís eso?
- Porque sí, ¿para qué seguir viviendo a ésta edad? ¿No te das cuenta que somos un estorbo y no cabemos en ningún lado? Ya no somos útiles para esta sociedad, ya cumplimos nuestro ciclo.
- Ya estoy empezando a convencerme de que tenés razón en lo que decís. -Plantea Doña Arminda contrariada.
- La tengo, mierda, la tengo. - Afirma Doña Inés visiblemente enojada.
A lo largo de todo el día las dos ancianas se dedicaron a hablar sobre temas triviales y sin importancia, como casi todos los días. Cuando se hicieron las nueve de la noche las enfermeras volvieron a pasar para acostar a los abuelos, y un rato después las luces fueron apagadas.
La mañana siguiente los primeros rayos del sol ya penetraban por las rendijas de las ventanas, cuando Juanjo y Laura, los hijos de Doña Inés, llegaron al geriátrico con una torta en sus manos.
La Directora del lugar los recibió amablemente, y los invitó a acompañarla hasta la habitación de Inés.
- Vengan por aquí, por favor. Ella aún está durmiendo, pero vamos a despertarla.
Ellos caminaron a lo largo de un corredor hasta llegar a una puerta blanca.
Juanjo y Laura entran expectantes y ansiosos por ver a su madre. Una vez junto a la cama Juanjo intenta despertar a su madre sacudiéndola suavemente. Pero Doña Inés no reacciona. La vuelven a zamarrear, y nada... Juanjo afligido, temiendo lo peor, le toma el pulso y mira a su hermana con los ojos llenos de lágrimas.
- Está muerta. - Dice Juanjo finalmente.
Desde la cama de al lado Doña Arminda aún acostada miraba con lágrimas en sus ojos toda la escena.
- Feliz Cumpleaños, Inecita. - Dice por lo bajo Doña Arminda, antes de cerrar nuevamente sus ojos.
Pero en el Geriátrico "Esperanza", el tiempo se encuentra detenido, los relojes no cuentan los minutos, ni las horas. Y si lo hacen a nadie le importa.
- ¡Buenos Días, Doña Inés! ¿Cómo anda hoy?
- Triste. (Responde Inés cabizbaja).
- ¿Por qué está triste? ¡Mire el hermoso día que hace afuera! Si hasta parece que los árboles danzaran...
- Mañana es 30.
- Sí. ¿Y que hay con eso Doña Inés?
- Es que es mi cumpleaños.
- ¿En serio? Entonces debería estar contenta. Acá con todos los abuelitos le vamos a organizar una fiestita. ¿Quiere?
- No se, estoy triste jovencita, y no tengo ganas de festejar nada.
- ¿Y eso porqué?
- Es que ya nadie se acuerda de mí, parece que no existiera.
- Eso no es cierto Doñita. De seguro sus hijos y nietos se acuerdan de usted y la extrañan. Pero deben estar muy ocupados y no pueden venir tan seguido como quisieran.
- Sí, debe ser eso. Dice Doña Inés pensativa, mientras retuerce una y otra vez un pequeño pañuelo entre sus manos.
Al rato, Doña Arminda se aproxima tambaleándose con su caminador que apenas puede sostener, y se sienta junto a Doña Inés que había empezado a tejer con sus agujas.
- Buenas Inecita. ¿Qué hace?
- Espero. - Dice Doña Inés, sin levantar la vista del tejido.
- ¿Qué espera?
- Nada. Sólo espero.
Doña Arminda comienza a repartirse los naipes para jugar un solitario, mientras piensa por un momento, hasta que finalmente mira a Doña Inés y le dice:
- Uste' está muy rara hoy día. ¿Qué le anda pasando?
- Nada, sólo estoy un poco cansada de esperar que alguien venga a visitarme.
- Entonces, ya no espere.
- ¿Sabes...? - Dice Doña Inés - Hoy hace cinco años que estoy acá, y mis hijos sólo han venido a visitarme unas pocas veces. Mis nietos directamente ni vienen. Y los entiendo, mira si van a querer venir a ver a una vieja como yo.
- Che, no digas esas cosas Inecita.
- Pero es la verdad. Mañana cumplo 83 años.
- ¿En serio? De seguro van a venir tus hijos y tus nietos con regalos.
- Sí, tal vez. - Dice Doña Inés.
Ana se acerca con una bandeja en las manos, en la que traía dos vasitos de agua.
- Bueno chicas, es hora de tomar la medicina.
- ¿No llamó ninguno de mis hijos? - Pregunta Doña Inés.
- No todavía, Inecita. Pero no tardarán en hacerlo, y cuando lo hagan yo le voy a avisar. No se preocupe.
La enfermera se retira apresuradamente a atender a los demás pacientes.
- No van a llamar. - Dice Doña Inés acongojada y con los ojos llorosos.
- No pienses pavadas. - Dice Doña Arminda, tratando de alivianar el dolor de Inecita. Y decide cambiar de tema.
- ¿Sabías que Don Luis se escapó ayer?
- No. No sabía. - Dice Doña Inés algo sorprendida.
- Sí. Parece ser que el guardia estaba hablando por teléfono, y Don Luis aprovechó ese descuido y se escapó. La vieja Amelia que es súper chismosa, me contó que lo encontraron a unas cinco cuadras preguntando como llegar a barrio Alberdi.
- Pero si él no vive en barrio Alberdi. - Dice Doña Inés, dejando definitivamente el tejido para más tarde.
- Sí, ya sé. Pero el viejo está medio arteriosclerótico, así que cree que vive en barrio Alberdi, que es su barrio de la infancia.
- Gente loca... - Concluye Doña Inés.
- Sí, por suerte nosotras nos conservamos bastante bien.
- Al pedo. - Sentencia ofuscada Doña Inés.
- ¿Por qué decís eso?
- Porque sí, ¿para qué seguir viviendo a ésta edad? ¿No te das cuenta que somos un estorbo y no cabemos en ningún lado? Ya no somos útiles para esta sociedad, ya cumplimos nuestro ciclo.
- Ya estoy empezando a convencerme de que tenés razón en lo que decís. -Plantea Doña Arminda contrariada.
- La tengo, mierda, la tengo. - Afirma Doña Inés visiblemente enojada.
A lo largo de todo el día las dos ancianas se dedicaron a hablar sobre temas triviales y sin importancia, como casi todos los días. Cuando se hicieron las nueve de la noche las enfermeras volvieron a pasar para acostar a los abuelos, y un rato después las luces fueron apagadas.
La mañana siguiente los primeros rayos del sol ya penetraban por las rendijas de las ventanas, cuando Juanjo y Laura, los hijos de Doña Inés, llegaron al geriátrico con una torta en sus manos.
La Directora del lugar los recibió amablemente, y los invitó a acompañarla hasta la habitación de Inés.
- Vengan por aquí, por favor. Ella aún está durmiendo, pero vamos a despertarla.
Ellos caminaron a lo largo de un corredor hasta llegar a una puerta blanca.
Juanjo y Laura entran expectantes y ansiosos por ver a su madre. Una vez junto a la cama Juanjo intenta despertar a su madre sacudiéndola suavemente. Pero Doña Inés no reacciona. La vuelven a zamarrear, y nada... Juanjo afligido, temiendo lo peor, le toma el pulso y mira a su hermana con los ojos llenos de lágrimas.
- Está muerta. - Dice Juanjo finalmente.
Desde la cama de al lado Doña Arminda aún acostada miraba con lágrimas en sus ojos toda la escena.
- Feliz Cumpleaños, Inecita. - Dice por lo bajo Doña Arminda, antes de cerrar nuevamente sus ojos.
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