Miradas

Salí a caminar buscando no se qué, comencé a observar a las demás personas, sus comportamientos mientras van y vienen. Entonces noté que no se miran unos a otros es más, creo que ni siquiera notan la existencia del otro. Ellos simplemente agachan sus cabezas y encaran el mundo, cual toro a su torero. Ni siquiera levantan la vista sin tropiezan con alguien, sólo balbucean por lo bajo: “perdón...”, y siguen la marcha.
Entonces me propuse buscar sus miradas, cada persona que me cruzaba la miraba a los ojos como diciéndole: “Hey, acá estoy mírame...”. Pero ellos simplemente volteaban su rostro hacia cualquier lado, o ni siquiera levantaban la cabeza, y seguían llevándose todo por delante.
Pero no me di por vencida, todavía no; seguí intentando encontrar una mirada amiga, una mirada en la cual reflejarme, una mirada perdida y desorientada como la mía.
Caminé y caminé, las horas pasaron y pasaron... y se hizo la noche. Mis esperanzas de encontrar esa mirada se estaban esfumando lentamente. Mis pies empezaron a sentir el cansancio de un largo día de caminata, parecían no querer más; estaba a punto de tirar la toalla. Pero terca como soy, decidí hacer un último esfuerzo y caminar un poco más, después de todo la gente que transita las calles por la noche suele ser distinta. Muchos de ellos, son seres taciturnos, bohemios... Ellos probablemente me den lo que ando buscando, porque ellos también suelen buscar lo mismo. Podría decirse que son como almas desoladas, solitarias, que salen por las noches en busca de compañía, de cariño, de amor, o por lo menos de una mirada amiga que los comprenda y abrace, en este son que es la vida. Caminé una cuadra, y al pasar frente a una Iglesia vi a un chico acurrucado con una manta junto a la entrada. Lo miré, para mi sorpresa, él también me miró. Nos seguimos con la vista, sin siquiera hacer un gesto. Cuando pasé a su lado, sin bajar su carita me dijo: “Gracias”. Yo también le agradecí y seguí caminando.
Pero no satisfecha aún por haber logrado mi cometido, decidí hacer un último recorrido. Ya casi no sentía mis pies, pero no me importó, igual seguí caminando. Estaba decidida a encontrar una nueva alma errante como la mía. Llegué a una plaza y me senté en un banco a esperar... a esperar que ese ser viniera a mi encuentro. Después de todo, no creo haber sido la única que buscara... De seguro había muchos como yo, que transitaban sus últimas vueltas en busca de una mirada amiga.
Me acurruqué en el banco y comencé a mirar en todas direcciones, la gente iba y venía, pero no pasaba nada. Entonces los vi, eran un par de ojos inquietos que me observaban desde la muchedumbre. Eran los ojos más hermosos que jamás haya visto. De a poco se fue acercando hacia el banco donde yo estaba sentada... era un joven, y me sonreía mientras caminaba.
Entonces me di cuenta de que la había encontrado. Sí, había encontrado mi “alma gemela”, una mirada amiga para siempre.
El se acercó junto a mí y me dijo sonriendo: “Al fin te encuentro”. Me tomó de las manos, nos fuimos caminando juntos, y nos perdimos en ese mar de gente que iba y venía por esa plaza.
Aún hoy, después de cincuenta años, cada vez que miro a mi marido, al padre de mis hijos, al abuelo de mis nietos a los ojos, se me estruja el corazón.

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