El jilguero

Hasta hace un tiempo todo eran tinieblas. Mis pies caminaban entre inestables y espesos nubarrones, abriéndose paso hacia una tenebrosa desolación. Todo era tortuoso silencio y misterio, en ese mundo paralelo que era mi vida. Mis ojos vendados, fueron privados de reconocer mi triste realidad; realidad en la que me encontraba inmersa por propia voluntad. Claro está, que con el paso de los días, y de los meses luego, yo había perdido todo control sobre mi ser. Por mis oídos penetraron infinidad de falacias y engaños muy bien enfundados por cierto, que fueron formando ese ser miserable que era yo. No era capaz de reaccionar, de sublevarme ante semejante atropello.
Mi cerebro estaba como dormido, inconsciente, ausente. Hasta hace un tiempo todo eran tinieblas. Ante tanto tiempo en cautiverio, como un animal de experimentación, me costaba recordar la intensidad del sol. De ese sol que cada mañana me cegaba cuando abría la ventana de mi cuarto para despertar al nuevo día; ese sol que disfrutaba tomar en mis vacaciones en las sierras.
Recuerdo que por momentos tenía cierta lucidez que me recordaba que debía salir de ese estado, pero por más que intentaba, no lograba abrir mis ojos y mover mis pies. Era prácticamente un vegetal.
Así pasaron varios meses de mi corta vida, hasta que un buen día escuché algo que me llamó la atención. Un sonido, ante tanto silencio. Me aferré a él con todas mis fuerzas y continúe escuchando detenidamente. Era un jilguero, pude reconocerlo. Fue entonces cuando me di cuenta de que aún estaba viva, de que podía lograrlo, que podía escapar. Fue ahí cuando desperté de ese estado de letargo en que me encontraba inmersa, y abrí mis ojos a la luz. Recuerdo que me enceguecí por varios minutos; la luz era muy intensa, muy blanca. Sentí los rayos del sol golpear sobre mi pálido rostro, devolviéndole la vida. Por mis mejillas caían lágrimas de sal, que cicatrizaron viejas heridas del alma.
Al recuperar por completo mi visión busqué a ese jilguero salvador, y allí estaba, junto a la ventana mirándome. De pronto, levanta su pico al cielo y comienza a cantar la melodía más hermosa que jamás haya oído, la melodía de la libertad. Luego desplegó sus alas al viento y se alejo apresuradamente, perdiéndose en el cielo. Y yo, yo hice lo mismo.

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